lunes, 31 de agosto de 2009

El Mensaje Multicultural de la obra de J.M. Arguedas

La literatura del Perú se inició principalmente desde la llegada de El Imperio Español, pues, anteriormente, no existió una forma que haya sido conocida por todos, o en el mejor de los casos, conocida por alguno de los historiadores que escribieron acerca del Perú Inca. En algunas obras, tales como “Ollantay”, se narra sobre el uso de quipus como medios de comunicación. Sin embargo, a pesar de que no tenemos relatos escritos por verdaderos incas, al menos la tradición, las costumbres, la cultura y fiestas, que subsistieron muchos años después de la conquista sirvieron de inspiración a muchos autores nacionales e internacionales para mostrar a todos cómo es que era la cultura Inca desconocida para muchas personas. Dentro de la gama de autores peruanos podemos encontrar a muchos que a través del contenido de sus textos nos envían mensajes multiculturales que muchos recibimos, p muy pocos “sabemos” interpretar y casi nadie los profundiza y valorar. Es por eso que en esta oportunidad, en el marco del Premio Nacional de Ensayo: “José María Arguedas”, trataré de analizar a cabalidad el Mensaje Multicultural de la extensa y maravillosa obra de nuestro compatriota escritor don José María Arguedas.

Antes de poder entrar a fondo a nuestro análisis deberíamos conocer un poco acerca de la vida de José María Arguedas.

José María Arguedas Altamirano fue escritor y antropólogo. Su labor como novelista, como traductor y difusor de la literatura quechua, y como antropólogo y etnólogo, hacen de él una de las figuras claves entre quienes han tratado, en el siglo XX, de incorporar la cultura indígena a la gran corriente de la literatura peruana escrita en español desde sus centros urbanos. En ese proceso sigue y supera a su compatriota Ciro Alegría. La cuestión fundamental que plantean estas obras, pero en especial la de Arguedas, es la de un país dividido en dos culturas —la andina de origen quechua, la urbana de raíces europeas— que deben integrarse en una relación armónica de carácter mestizo. Los grandes dilemas, angustias y esperanzas que ese proyecto plantea son el núcleo de su visión.

Nacido en Andahuaylas, en el corazón de la zona andina más pobre y olvidada del país, estuvo en contacto desde la cuna con los ambientes y personajes que incorporaría a su obra. La muerte de su madre y las frecuentes ausencias de su padre abogado, le obligaron a buscar refugio entre los siervos campesinos de la zona, cuya lengua, creencias y valores adquirió como suyos, es por eso que muestra un dominio en el conocimiento de la cultura ancestral de los indios, habilidad que lo hace diferente a otros autores. Su vida y su creación se nutrieron de su tierra y del pueblo peruano, especialmente de campesinos, artesanos, músicas y artistas populares. Tal como el mismo José María Arguedas afirmaba “Recorrí los campos e hice las faenas de los campesinos bajo el infinito amparo de los comuneros quechuas”. Como estudiante universitario en San Marcos, empezó su difícil tarea de adaptarse a la vida en Lima sin renunciar a su tradición indígena, viviendo en carne propia la experiencia de todo trasplantado andino que debe aculturarse y asimilarse a otro ritmo de vida. Ese proceso nunca fue del todo completado por Arguedas, cuyos traumas acarreados desde la infancia lo debilitaron psíquicamente para culminar la lucha que se había propuesto, no sólo en el plano cultural sino también en el político. Esto y la aguda crisis nacional que el país empezó a sufrir a partir de 1968, lo empujaron al suicidio, que no hizo sino convertirlo en una figura mítica para muchos intelectuales y movimientos empeñados en la misma tarea política.

En los tres cuentos de la primera edición de Agua (1935), en su primera novela Yawar fiesta (1941; revisada en 1958) y en la recopilación de Diamantes y pedernales (1954), se aprecia el esfuerzo del autor por ofrecer una versión lo más auténtica posible de la vida andina desde un ángulo interiorizado y sin los convencionalismos de la anterior literatura indigenista de denuncia. En esas obras Arguedas reivindica la validez del modo de ser del indio, sin caer en un racismo al revés. Relacionar ese esfuerzo con los planteamientos marxistas de José Carlos Mariátegui y con la novelística políticamente comprometida de Ciro Alegría ofrece interesantes paralelos y divergencias. La obra madura de Arguedas comprende al menos tres novelas: Los ríos profundos (1956), Todas las sangres (1964) y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971); la última es la novela-diario truncada por su muerte. De todas ellas, la obra que expresa con mayor lirismo y hondura el mundo mítico de los indígenas, su cósmica unidad con la naturaleza y la persistencia de sus tradiciones mágicas, es Los ríos profundos. Su mérito es presentar todos los matices de un Perú andino en intenso proceso de mestizaje. En Todas las sangres, ese gran mural que presenta las principales fuerzas que luchan entre sí, pugnando por sobrevivir o imponerse, recoge el relato de la destrucción de un universo, y los primeros balbuceos de la construcción de otro nuevo. Otros relatos como El sexto (1961), La agonía de Rasu Ñiti (1962)y Amor mundo (1967) complementan esa visión.

En los relatos de Arguedas no se expresa alguien ajeno al indio, quien lo defiende o refleja su sentir, si no se expresa el propio indio. Mientras que Ciro Alegría presentó en sus novelas al hombre andino de habla castellana, José María Arguedas nos presenta al indígena de la zona sur del Perú, de habla quechua, y ahí es donde reside la grandeza de la obra de Arguedas: La compenetración total con el mundo indígena.

Para ello, creó un lenguaje literario propio y especial, una expresión castellana entremezclada con palabras y expresiones quechuas, y también –muchas veces- construida con una sintaxis propia del quechua. El hecho de poder mezclar el castellano y el quechua, para hacer entendible algunas palabras quechuas analizando sólo el contexto, es una habilidad muy grande que poseía este gran autor. Y no sólo eso sino que también fusionar dos mundos completamente distintos culturalmente hablando, y, a partir de esa mixtura transmitir un mensaje multicultural que incluye las tradiciones, las costumbres de todas las personas que describe. A pesar que por momentos pasé serias dificultades para descifrar una palabra en quechua sin mirar a las traducciones del pie de página, esto me sirvió para conocer un poco más la lengua madre del Perú.

Esta indianización de la cultura castellana es propuesta por Arguedas como la base de una cultura nuestra, peruana, que refleje a “todas las sangres” que habitan nuestro país, y que las integre en una sociedad justa.

Con gran lirismo y sensibilidad, pero también con mucha sobriedad, Arguedas supo recuperar lo misterioso y mágico que el hombre andino sabe ver en las cosas que lo rodean.

Su novela “Los ríos profundos” nos muestra una especie de autobiografía, o en el mejor caso el relato de su niñez, de todos las experiencias que vivió cuando niño, adoptando en la novela el nombre de “Ernesto”, un chico según, Claudia Gastaldo, melancólico, que a través de su figura se manifiesta el legado serrano, mitad racional, mitad mágico. Su crecimiento a lo largo del relato representa el de un pueblo. Transitó desde la infancia hasta la madurez asumiendo por primera vez la compleja responsabilidad de hacerse hombre”.

Ahora, pues bien, en obras como “Yawar Fiesta”, Arguedas exalta la determinación del indio, mientras las autoridades se empecinan en ejecutar órdenes gubernamentales, haciendo que muchos de sus personajes, en el caso de la obra, como don Pancho Jiménez diga “Cuando los indios se deciden no hay caso”, ubicándonos en el texto se refiere a que para poder, los indios celebrar las fiestas patrias, organizando una especie de corrida de toros o turupukllay, tenían que arrear al “Misitu”, un toro considerado por ellos como de origen sagrado, que vivía en la puna. Además narra con muchos detalles, en casi un capítulo completo la construcción de una carretera desde Puquio hasta Nazca por parte de los indios, todo en tan solo 28 días. Por otra parte nos muestra cómo es que las personas de raza blanca, en este caso representada en la figura de don Julián de Arangüena, subestiman a los indios, tratándolos de menos preciar y haciéndolos sentir inferiores a cada momento, en los peores casos abusando de su buena voluntad y humildad, maltratándolos.

En la misma obra, también, muestra cómo es que fue de inteligente la Iglesia, intermediada por el Vicario, al tratar de convencer, mediante, creo yo, chantajes emocionales de hechos reales a los indios para que realicen trabajos de gran demanda física, que los indios con su espíritu de caridad y buena fe realizaban con mucho entusiasmo. Tal como lo mencionaban ellos todo lo hacían por su Taita Dios.

En torno a la celebración de Yawar Fiesta, esta festividad central y de raíces ancestrales de la comunidad de Puquio, Argueda exalta la victoria cultural de los indígenas en un entorno de forzado desplazamiento geográfico y social.

Este micro-mundo es emblemático de las disparidades entre la sierra (Puquio) y la costa (Lima) y la falta de comunicación que, a pesar del trazado de carreteras, no logra salvar las distancias culturales y sociales. La supremacía limeña parece establecerse no sólo a través de la imposición de la autoridad sino de la conversión de serrano residiendo en Lima a los valores costeros.

Esta obra exalta dos virtudes indígenas que parecieron verse amenazadas a desaparecer por la impuesta autoridad de los mistis, la dignidad y el sentido de comunidad de los nativos andinos. Arguedas, una vez más, a través del relato de la Yawar Fiesta celebra la victoria cultural indígena forjada a través de la voluntad mancomunada de mantener en alto la dignidad de raza.

José María Arguedas era una persona que tenía constantes conflictos con su personalidad y conciencia, es más, con el mundo. Existen cartas y otros escritos que nos muestran que, siempre la escritura estuvo acompañada de Arguedas al momento de tratar de reflexionar o expresar sus sentimientos.

Arguedas había hecho, como rudimentaria terapéutica, un intento de desanudar sus conflictos mediante la escritura autobiográfica; había intentado una especie de liberación por la palabra, escrita en la contracara de la ficción. En una carta de ese año a John Murra, comentándole la corrupción sexual en la prisión de El Sexto, confesaba el origen de algunas de sus ideas sobre la mujer: "Yo me crié casi sin hogar, huérfano, con una madrastra cruel y un padre vagabundo, por causa creo que principalmente de sus desavenencias con su mujer. Pero mi padre era muy católico; un caballero a la antigua, puro, con el sentido clásico de la pureza moral, muy especialmente sexual. Para mí la mujer constituyó siempre, y sigue siendo, un ser angelical, la forma más perfecta de la belleza terrena. Hacerla motivo del "apetito material" constituía un crimen nefando y aún sigo participando no solo de la creencia sino de la práctica" (carta del 21/11/1960). Un año después, consolidada su amistad con Murra, se animaba a confesiones más explícitas: "He padecido en estos dos últimos meses una aguda crisis de mi dolencia nerviosa que viene de antiguo. Tuve una niñez y una adolescencia bárbaras, oscilando entre la ternura infinita de gente que sufría (los sirvientes quechuas de mi madrastra) que me protegieron, la ternura de mi padre muy o algo controlada por su antiguo concepto de la autoridad paternal y la brutalidad de un hermanastro y una madrastra, especialmente de mi hermanastro que era un verdadero monstruo de egoísmo y maldad.(...) Pero en ninguna parte encontré durante la infancia la protección verdadera para recibir armoniosamente el despertar deslumbrante y terrible ante el mundo, y en mi adolescencia estuve solo" (carta del 12/11/1961).

Todos sabemos que Arguedas era una amante de su tierra, sin embargo llegó un momento en el que parece que debido a distintos problemas le resultó difícil el vivir en Lima, y se siente muy a gusto estando en Chile, eso queda demostrado cuando escribe una carta dirigida a la Dra. Lola Hoffman, una psiquiatra chilena de origen letón que atendió a Arguedas en alguna oportunidad. Ya el escritor había comenzado a viajar a Santiago de Chile huyendo de las inquietudes de Lima: "Ahora, a la semana de mi llegada a Lima, me siento otra vez, abatido. En Santiago, y en casa de Gaby me sentía como en un paraíso. Todo era afecto. Y mis entrevistas con usted me volvieron a la vida. En sus palabras encontré de veras el fondo de donde surgían las tenazas que estaban apretándome y la más dura de ellas cayó instantáneamente. Encontré en usted y en la mamá de Gaby algo de la imagen de la madre, y en Gaby a la hermana que nunca tuve. (...) La noche víspera de mi viaje recibí dos invitaciones 'muy significativas' a las que no pude aceptar. E hice el viaje de retorno un poco desgarrado. Esas invitaciones confirmaban la principal esperanza que usted me devolvió; que puedo interesar todavía. Una de las jóvenes me dijo que “era yo tierno y patético'. Es decir que en Chile uno puede ser amado por el espíritu; aquí eso es muy raro. Y esa joven solo me oyó cantar en quechua (...) Lo que ansió es ser amado con pureza."

Luego confiesa a la doctora Hoffman que al llegar a Lima tuvo una relación con su esposa (Arguedas escribe "exposa", errata que no puede dejar de considerarse significativa) "prolongada y excesiva", que le hizo mucho daño; amaneció deprimido y alejado de ella. La carta se extiende acerca de la hostilidad que siente en su país, por el que querría poder seguir luchando. Pero admite que ha caído en postración y se ve impotente: "No puedo escribir, no puedo leer sino muy limitadamente".

En estos fragmentos aparecen, con nitidez, el sentimiento de orfandad y el desamparo afectivo que sentía Arguedas. Asimismo, se advierte que irrumpe, como paliativo, la posibilidad de alejarse de su país. La distancia geográfica le permite descubrir su sentido íntimo de patria y ligarlo a sus estados afectivos. La ternura y el patetismo que la joven ha visto en Arguedas provienen, según él cuenta en la carta, de haberlo oído cantar en quechua: "Canto con el patetismo y la ternura de los quechuas; ella se dio cuenta al instante y se interesó". La sexualidad conflictuada e inmadura recurre a la imagen de pureza que, en el mundo simbólico-afectivo de Arguedas, está ligada al canto y a la lengua quechua de su infancia. En Chile él puede ser "amado por el espíritu" porque allí el escritor logra desnudar parte de sus emociones. Pero, sobre todas las cosas, porque Chile es el lugar que Arguedas ha elegido para intentar escribir, para no sentirse impotente.

Todas esas limitaciones que tuvo que afrontar Arguedas influyeron mucho en la fatal forma de acabar con su vida que tomó. En mi opinión creo que las 2 culturas, las dos formas de vivir, de sentir y de pensar que tenían, confundieron o llegaron a plantearle ciertas preguntas existenciales a Arguedas, el cual ante el hecho no sentirse bien en su país, al cual tanto amaba y describía con mucha alegría, que en esos momentos debido a la mezcla de dos mundos conocidos para él y por otras circunstancias se encontraba en una situación algo crítica. En esos momentos el Perú no era su mejor lugar para inspirarse y escribir, pero el necesitaba de su país y de la escritura.

Decir que pelean la escritura y la vida es pensar al escritor en una lucha agónica para expresarse. Mientras el escritor es poderoso doblega al lenguaje. Cuando la vitalidad cesa, el escritor queda vencido por el silencio y en ese momento se da cuenta que ha extraviado el sentido de la vida. En el vaivén entre la novela y los diarios de El zorro de arriba y el zorro de abajo Arguedas mide el riesgo de vivir y la proximidad de la muerte. Julio Ortega descubre la paradoja en la que conviven los dos tipos de texto. En el notable artículo "Discurso del suicida" comenta el significado que adquiere la intercalación: "Son los diarios, —dice Ortega— al asumir directamente el malestar y el fracaso, los que conjuran el suicidio porque son la caída y el tránsito, la recuperación, cada vez, de la obra que se detuvo. Y es al reasumir el texto del relato cuando el suicidio parece retornar, ya no como tema, sino desde la metáfora del deterioro y en la frustración solitaria de la escritura". Ortega especula que, en el nivel más simple, la relación entre los dos tipos de textos es aquella que está dicha expresamente: la necesidad de confesión y de representación dramática de la situación en que se escribe. Según Ortega, mientras la obra conduce al desenlace trágico, los diarios recuperan la energía y aplazan el final. Hay vasos comunicantes menos visibles entre los dos discursos. Los dos grandes productores de sentido de la novela: la leyenda de los zorros, que el escritor toma de un mito andino (Dioses y hombres de Huarochiri, un texto quechua que el propio Arguedas había traducido), y el puerto pesquero de Chimbóte, lugar "moderno" que tritura la cultura serrana, resultan proyeccciones metafóricas de las nuevas condiciones creativas del autor. Arguedas traslada del discurso biográfico al ficcional los dilemas del creador serrano instalado en una sociedad capitalista y periférica. Tiene miedo de estar escribiendo algo que no se entienda bien. Él tampoco lo entiende del todo ya que es una experiencia adulta, que no formó parte del mundo de su infancia. Arguedas se interna en esa búsqueda y en ella se le va la vida.

Antes que la danza de "estos zorros tan difíciles" de la novela póstuma, Arguedas había hecho bailar al dansak con tijeras en "La agonía de Rasu-Ñiti", un cuento publicado en 1962. A través del relato se puede mirar la cultura quechua: los movimientos de la danza de las tijeras marcan el ritmo de las acciones y sus llamados a la naturaleza son interpretados por el bailarín, que va muriendo para que sus poderes renazcan en un sucesor. Aunque Rasu Ñiti muera, todo puede ser visto como una ceremonia, como una muerte ritual que da paso a un renacimiento: los propios protagonistas lo viven de esa manera. El relato fisura el universo andino y pone en oposición irreconciliable las culturas que en él conviven: la sobrevivencia de su enfrentamiento está representada en la danza con tijeras, un compuesto que es producto de la aculturación y de la resistencia, de la violencia y de la parodia carnavalizadora que busca invertir los términos del sometimiento. La trama narrativa, escrita en español, se "quechuiza" con los ritmos musicales y los movimientos de la danza.

Esa escena fue el modelo que eligió Arguedas para su muerte. En el "¿Ultimo diario?" planificó su propio entierro. Decidiendo el tipo de ceremonia que debía organizarse y quiénes debían hablar en ella, le escribió al sacerdote Gustavo Gutiérrez: "Yo te pediría que después de que algún hermano mío tocara charango o quena (Jaime, Máximo Damián Huamani o Luis Durand)..." El 27 de noviembre, el día anterior al suicidio, dejó una carta al Rector de la Universidad Agraria y a los alumnos en la que se expresaba sobre el mismo tema: "Si a pesar de la forma en que muero ha de haber ceremonia, y discursos, les ruego no tomar en cuenta el pedido que hago en el "¿Último diario?" con respecto a los músicos, mis amigos, Jaime, Durand o Damián Huamani (...) Digo que no se tome en cuenta lo de los músicos no por otra razón que los inconvenientes de cualquier índole que puedan haber". Además ese "Diario" es más que un pedido, expresión final de anhelos y pensamientos. A pesar de esas marchas y contramarchas cuenta Mario Vargas Llosa que "el violinista Máximo Damián Huamani, de San Diego de Ishua, Lucanas, y los músicos Jaime Guardia, Alejandro Vivanco y los hermanos Chiara acompañaron el cortejo fúnebre tocando, con arpas, quenas y charangos, la Agonía de la Danza de las tijeras, mientras dos de esos danzantes indios, que habían fascinado a Arguedas desde niño, iban bailando junto al ataúd vestidos con sus multicolores trajes de plumas y espejos". Arguedas vio colmada una parte de sus anhelos y pensamientos: cerró su pasaje por la tierra con la dramatización fanática que había literaturizado en su cuento.

Como a su personaje Rasu Ñiti el mundo le avisó: "Me retiro ahora porque siento, he comprobado que ya no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida" escribió en la carta al Rector. "Un pueblo no es mortal, y el Perú es un cuerpo cargado de poderosa savia ardiente de vida, impaciente por realizarse". Arguedas, como el dansak Rasu Ñiti, quiso legar a quienes lo acompañaron en su entierro la tarea de continuar "la desigual pelea".

Y ahora, es nuestra oportunidad para continuar la tarea que nos legó Arguedas, y este concurso es una muestra de ello, debemos tomar como una seria oportunidad el hecho de poder analizar las características de uno de los más importantes escritores de nuestro país, en mi opinión uno de los más completos, sino el mejor de esta característica, y por eso es que es muy importante que los jóvenes puedan expresar su opinión luego de recoger información de otros autores expertos en la materia y así llegar a una conclusión que vaya más de el campo del juicio crítico, sino que llevarlo a la práctica de el mensaje que nos transmiten a la vida diaria y a partir de ello que surja una nueva generación de escritores que innoven, tal como lo hizo él, pero que además no se olviden de nuestras raíces, las cuales representan culturas muy sabias y de tradiciones variadas, que junto a nuestro mundo actual pueden servir para hacer de una buena obra, una gran obra tal como fue la de José María Arguedas.

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